Ver hacía atrás se me hace un ejercicio cada vez más frecuente. Veo a mis hijas crecer y noto en ellas cosas que me reflejan o me distancian. Yo no recuerdo mucho mi infancia, tengo imágenes, segmentos, y dudo de lo que me cuentan mis familiares sobre cómo era yo en esos años.
Pero puedo decir que fue una infancia dura. Fui la hermana mayor de 3 niños y una niña, y esto implicó aprender a cuidarlos, asumir deberes y miedos que no iban acordes a mi edad y madurez.
Sobrevivir a los miedos es lo más complejo que tenemos las mujeres y el miedo es lo primero que se nos entrega de niñas. Miedo de que tus hermanos se lastimen, miedo de que se pierdan, miedo de no hacer las tareas de la casa como es debido, miedo a que alguien haga contigo algo que no quieres. Miedos constantes que se van viviendo sin entender por qué tu sexo va acompañado de un estado permanente de amenaza.
No entender es lo segundo que se te entrega como mujer. El conocimiento es un bien que está distribuido de modo desigual, incluso aquel que tiene que ver con nuestra vida, nuestra identidad, nuestro cuerpo. ¿Por qué la división de tareas es desigual en la casa?, ¿por qué tu papá no quiere que uses faldas altas y salgas a la calle?, ¿por qué la violencia y el maltrato son tomados como naturales? Las respuestas nos son negadas desde pequeñas.
Luego, salimos del espacio de la casa y pasamos al espacio público. Descubres que a tu sexo vivido ya como una carga, se suma que eres pobre y debes lidiar con la diferencia social. Seguramente para muchas mujeres esto es más duro aún. Eres pobre, no puedes tener ropa como la de tus compañeros, ir a ningún lugar, viajar a los lugares donde otros te dicen que van, la pelea de todos los días es saber si habrá dinero para los pasajes y la comida… cosas así. Una adolescente que está en proceso de afirmarse, va sintiendo que el mundo no tiene paredes ni rincones que la acojan. Tampoco puedes contarle a nadie tus dudas en el proceso de descubrir tu sexualidad. La soledad es lo tercero que descubres.
Creces y aprendes que el mundo no eres sólo tú y miras al país, miras tu ciudad conoces a otras chicas que te cuentan historias similares de violencia y silencio, de no tener con quién hablar de estas cosas, porque no parecen tener relevancia en medio de la subsistencia.
Pasas experiencias difíciles, te emborrachas, te decepcionas, te recuperas, estudias cuando puedes, si puedes y como puedes. Sigues mirando a tu país incendiándose y quebrándose. Quieres hablar de esa rabia que te genera lo que ves y te acercas a los que crees pueden ayudarte en este diálogo, pero por lo general solo encuentras pensamientos cerrados a la discusión.
Y así pasa el tiempo. Dejamos de ser niñas, adolescentes, jóvenes. Somos mujeres adultas, algunas con parejas o hijos. Y haciendo este ejercicio cada vez más frecuente de mirar atrás, te das cuenta lo difícil que es el camino, qué pesados son estos regalos que nos va dando la vida desde pequeñas: este miedo, este no entender, este silencio compartido y esta soledad. ¿Que queremos para nuestras niñas?, ¿qué quiero yo para mis hijas?: Cosas simples. Que no tengan miedo. Que puedan crecer y vivir sin esta zozobra. O que encuentren compañía cuando la necesiten, que siempre que quieran preguntar puedan hacerlo y que hallen respuestas. Y lo más importante. Que no se sientan solas y tengan un abrazo o una mirada que las acoja. Lo demás lo conseguirán solas, de eso estoy segura.
Fotografía: Daniel Balda